Aunque fue casualidad, ha sido bonito que coincida esta visita con las fiestas de Carthagineses y Romanos. Hacía años que no veía nada de ellas. Debo reconocer que, a pesar de que sigo pensando en que las fiestas no son nada participativas y que es una pena lo mal aprovechadas que están, al menos también me sirvió este fin de semana para confirmarme lo bonita que es esta ciudad, sobre todo de noche, aunque algunos piensen lo contrario (y viceversa con el otro lado de "los puertos").
Habían visitas obligadas, como fue ver el desfile de las Tropas por la Calle Mayor o el puerto engalanado, el cual, desde la Patacha y con un aperitivo de cero puntos, gana mucho más aun.
Las calles en las que hace 10 años no se podía andar de noche, ahora, y cada vez más, son paseos turísticos de reclamo, léase, por ejemplo, la Calle Cuatro Santos.
Hubo tiempo para todo, y, ya que no sólo son dignos de ver monumentos rehabilitados y paisajes bonitos, también están los pequeños rincones que, a pesar de que haya gente a los que les molestan, yo les veo su encanto, así que mis niñas se enteraron de qué era La Uva Jumillana, cuál era la Calle San Fernando, cuál es el eslogan de Cafés Cavite, dónde estaba el Kamera y con qué canción cerraba, cómo estaba antes la Calle del Carmen y mil detalles más que ahora se me escapan pero que, en 16 años da tiempo a conocer y ver cambiar (y no me considero tan vieja, cuidao...).